Marujas

Publicado el 20 de octubre de 2024

«Te ganarás el pan con el sudor de tu frente», dicen las vecinas en el pueblo de mi madre, en ese gesto de soñaras que tienen toda la razón: cabeza ladeada, mirada retadora, mano en el pecho, casi en las tetas. Dilatan el tiempo y hasta el espacio, con su discurso consabido de generación en generación. Bajan las miradas hasta sus propios dedos de los pies para dar credibilidad al momento. Un discurso que van a defender con fiereza. Después te susurran su mensaje como una caricia, tratando incluso de parecer cariñosas. «Esa rebeldía ya la inventamos nosotras, querida». «Hasta que te veas en la ruina y te pongas a trabajar». Ahí sus voces se convierten en chirriantes. Ni siquiera tu expresión de aburrimiento las va a desanimar, porque ellas siguen erre que erre demostrando un verano más su falta de sensibilidad. Cara de tortuga, labios arrugados, manos de sus tetas al aire, para enfatizar. Y tú pensando en lo bien que estarías con tus amigos tomando unas cervezas en la plaza. Pupilas dilatadas, sus iris grisáceos mirando al cielo como inspirándose en el Creador. Hasta que por fin dan a su discurso el mordisco que querían: «No vas a estar todo el día saltando por ahí como las cabras. Tendrás que sentar la cabeza, antes de que se te pase el arroz». Tu mente ya en si tus amigas estarán en la plaza y en si aún te quedará pintalabios para cuando estas marujas te dejen llegar. La bata azul de una de ellas, donde sus manos reposan de vez en cuando se convierte en tu único punto al que dirigir tu vista. Si las miras a los ojos estás perdida. Alguna sería capaz de pronuncia la palabra «despido», esa palabra que aún es tabú hasta que alguien la destape. La otra palabra tabú es «amor». Y por «despido» no serías capaz de ser grosera, pero si dicen «amor» no sabes si podrás contenerte. ¿Habrá alguna manera suave de mandarlas al infierno? Su mirada de nuevo a los dedos de los pies, la siguiente frase detenida en el tiempo, tú rezando por que acaben ya y así llegar a la plaza. Y, entonces, es cuando te golpean de lleno: «El día que tengas un hijo en tu seno se te acabarán las tonterías». No han dicho «despido». No han dicho «amor», pero suena igual de horrible. Y aún llega a ser peor: «Con tal de alimentar a tus hijos harás de todo, incluso acabar de meretriz». Ahí ya te planteas si esa mujer te está llamando puta en la cara. Pero ellas son las amas del pueblo. Todo les está consentido. Nadie es capaz de contradecirlas. Nadie quiere que acabe llegando la sangre al río. Aunque en ese punto del discurso ya te imaginas retorciendo algún que otro de sus pescuezos arrugados, sin ningún remordimiento. Echar a alguna en el pozo, atizar a otra con un cascanueces, cualquier cosa para acabar ya con esa maldita tortura. El final del sermón es lo que más temes. Cogen aire, suben el tono de voz, imprimen una melodía para llegar casi a la ternura y te sueltan: «Ya llegará el día que desees que tus problemas solo sean por amor». Añaden un «muchacha», un «querida» para ahondar más profundamente el puñal. Cuando quieres llegar a la plaza ya sabes que tienen razón.

Deja un comentario

Requerido.

Requerido. No será publicado.