No todavía
Publicado el 20 de mayo de 2025
El dulce de la tarta se me agrió en la garganta. Esa desazón no estaba justificada. No todavía. Aún no sabía nada del engaño. Seguía ciega con su encanto. Era como si estuviera viendo la televisión. Una película de amor en la que todo salía bien, pero yo no lo creía. No lo sentía. Quizá alguna escena me proporcionara lujuria. Algunos susurros de ese personaje que se me acercaba podían calarme. Pero nada me llevaba a la alegría. Ni siquiera esos besos de después que trataban de ser tiernos. Tampoco es que sintiera ira. No todavía. Solo era una espectadora de mi propia vida, sonándome los disgustos con una servilleta mientras le arrolla un vagón de mercancías que parece no ver. No todavía. Como si aún fuera ese pony al que engatusas con zanahorias. Esa mujer a la que atraes con sonrisas falsas. El recelo fue apareciendo después. Casi a la misma vez que el llanto, pero aún sin explicación. Como una viscosidad en el estómago que se va pegando a las paredes, un todoterreno que arrasa con todo a su paso. Una hoguera de San Juan que calcina lo que pudo haber sido. Esa amenaza era aún un sinsentido. Nada me hacía presagiar lo peor. No todavía. Comenzó entonces a escucharse la banda sonora de esa película. Una música nada celestial que acompañaba una imagen que había idealizado. La agonía estaba servida. El miedo hizo su aparición. La piel se me comenzó a erizar por la comprensión que quería arrollarme pero yo no la dejaba. No quería verla. No todavía. Me convencía de que todo estaba en calma. Que esa desazón que sentía no era más que el fantasma de un futuro incierto que podría evitar. Una calma con sabor a fresas con nata, pero con olor a tristeza. Esa tristeza que se te cuela hasta el alma y que te catapulta hacia el abismo aunque insista, una y otra vez, en darle al pedal de freno. Entonces ya sí. Llegó como un mareo, primero. Como una exhalación, después. Mi castillo en el aire, por fin, se había caído.
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