El polizón
Publicado el 14 de febrero de 2014
En la sala de máquinas andaba escondido el polizón; si por polizón se entiende alguien que no lleva pasaje de barco, aunque nadie lo andara buscando. El chavalillo tendría entre nueve u once años, una incierta edad encerrada en un cuerpecillo escuálido con olor a soledad y color de hambre y frío. El chicuelo estaba absorto en los movimientos oscilantes del timón: derecha-izquierda; izquierda-derecha, que dibujaban un semicírculo que jamás se llegaba a cerrar. El capitán, con dos medallitas doradas en cada solapa, engullía un bocadillo gigante, o al menos eso le parecía a nuestro polizón. A cada grito del capitán, las migas ensalivadas partían de su boca para estrellarse contra el suelo húmedo de la sala de máquinas. Un olor a chorizo, sal, sudor y saliva lo llenaba todo. Un olor desagradable que al chiquillo, en cambio le reconfortaba. Escondido en aquella habitación sobre un océano gigante había encontrado humanidad, una humanidad poligonal, con todas sus aristas apuntándole a él, aunque nadie le andara buscando. Y entonces alguien lo vio. Su mirada se enturbió, ya no fue capaz de distinguir el verde del azul, aunque nunca perdió de vista el timón: derecha-izquierda; izquierda-derecha. Las carcajadas del capitán le devolvieron a la vida. Y entonces se dio cuenta de que en los jirones de su chaqueta le habían colocado una de las medallas doradas del capitán, porque allí, donde nadie lo buscaba, lo habían encontrado.
Un comentario
Tierno actual y triste, pero bonito.
por carmela el marzo 17, 2014 a las 8:43 pm. #