Excusas

Publicado el 15 de diciembre de 2018

El amanecer se me antojaba un muro al que había que trepar. Seguía exhausto por aquella noche de insomnio. Mi camiseta había acabado en el suelo, junto con mi almohada y el resto del pijama. Parecía que había estado trotando toda la noche sobre toros salvajes. La canasta de la ropa sucia iba a quedar esa mañana desbordada, si no me ponía pronto con la colada y las otras tareas. Me sentía un comemierda sin fuerzas ni para afrontar un nuevo día. Y todo por un cabrón que no quería saber nada más de mí, y ponía la excusa de que ronco. ¡Que se vaya a cagar a la vía! Pero con todo y eso seguía teniendo sueño. Y el amanecer ya había terminado y era completamente de día. Un día que había esperado de color de rosa y se había convertido en gris-azulado con mechas de aquel odio que había expulsado por su boca, como si hubiera amasado en su cerebro aquellas palabras que más daño pudieran hacerme. Y yo, ¡que te calles, coño! Que no quiero oír nada más de todo eso. Que si ronco y no soy el hombre perfecto pues adiós muy buenas. ¡Y así me sentía como una patata, pero sin fécula, que debe de ser peor! Pero si reflexionaba no era tan malo que me hubiera dejado. Más bien era perfecto. Es verdad, estaba enfadado por las formas, por las excusas baratas, por los insultos, que yo creo que sobraban, pero en el fondo estar libre otra vez debía de ser estupendo. Y aunque no me salía natural lo de estar estupendo tendría que empezar a hacer teatro. ¿De verdad me había amado como decía? Pero ya estaba bien de torturarme. Debía extraer de mi mente todas aquellas ideas de un pasado feliz en el que yo me sentía una mariposa adorable de los cuentos. Y entonces sí, la lavadora.

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