En décimas de segundo
Publicado el 10 de octubre de 2012
Décimas de segundo ha necesitado Andrés para saber qué debía hacer. Su Antonia se había quedado enredada entre las vías del tren, y ya se le oía silbar desde la curva. La culpa ha sido de él, y Andrés también se ha dado cuenta en esos instantes. Llegaban tarde a la rehabilitación y él le ha dicho, como siempre mandando, «por ahí, Antonia, que nos da tiempo». Y Antonia, como casi siempre, refunfuñando: «Andrés, no, que tú no llegas, que andas muy mal con la rodilla ésa nueva». Y Andrés, «hale, hale, hale, que sí llegamos». Y entonces, sin saber cómo, el pie de Antonia se ha quedado rígido entre las vías. Ella: «corre, que a ti te da tiempo, Andrés». Y Andrés, en décimas de segundo, decide quedarse junto a Antonia. Ella llora, «que te da tiempo, Andrés, corre, que te da tiempo». Y él, «hale, hale, hale, que tiempo ya hemos tenido bastante, Antonia, ochenta años». «¡Y qué ochenta años…!». Y el tren los ha encontrado así, enredados el uno en el otro, charlando del tiempo vivido juntos.
12 de junio
Publicado el 8 de agosto de 2012
Cuando naces el mismo día que otra persona, se establece una conexión entre los dos que no se puede romper incluso si cada uno está en dimensiones diferentes. Eso me pasa a mí con mi yayo Enrique, el padre de mi padre, con el que tuve el placer de compartir mis primeros doce años de vida. Y ese hilo, invisible para los demás, fue para mí evidente desde que tengo memoria, y de él me aprovechaba con el desparpajo propio de la infancia.
Él me perdonaba que me acabara su melón, que cantara en mitad del informativo de Aitana, o que me decidiera a probar la comida de la perra.
Incluso, cuando todos me auguraban el fin de mi preferencia, hizo oídos sordos cuando aseguré convencida que «el valenciano y el catalán son la misma lengua». Pero no fui la única que disfrutó de él. Tuvo siete nietos a los que llevó al cine de verano, a jugar a la montaña de Portaceli, o a la piscina del tío Ricardo. Y cuando más disfrutábamos era cuando nos llevaba por el casco antiguo de Valencia y en todos los hornos en los que entrábamos le conocían, le agasajaban y a nosotros nos invitaban a que cogiéramos gratis el pastel que quisiéramos. Eso era un yayo. Hace muchos años que ya no está pero no por eso se ha roto nuestro vínculo, porque cada 12 de junio volvemos a acordarnos de él.
Supongo que sigues siendo
Publicado el 10 de julio de 2012
Supongo que sigues restando sinsabores solitarios a esos atardeceres sureños y rocosos que consiguen sonsacarte un singular desistir.
Supongo que sigues susurrando a las sonrisas que suban por las esquinas donde sabes que hay sueños dispuestos a despertar.
Supongo que sigues sumando sales cristalinas a los siempre marinos soles.
Supongo que sigues soñando con aquella sábana soltera de tus deseos, incesante estirpe de tu sabia aspiración.
Supongo que sigues siendo.
Otra boca que alimentar
Publicado el 16 de mayo de 2012
Candela luce su piel de color níspero por toda la acera. Arrastra a sus cuatro hermanos pequeños con sólo una mirada de sus ojos vivos. Aunque hace frío no lleva más que un calcetín, en el pie izquierdo, y de color rosa. El otro que tenía esta mañana era blanco y no le gusta el blanco porque dice que la hace verse más gitana y aunque a ella le gusta ser gitana no soporta que se lo digan a la cara como si fuera un insulto. A Candela, con su calcetín rosa y su olor a frambuesa, lo que más le gustan son los números. Sabe hasta la tabla del 11 y acaba de cumplir ocho años. Pero Candela no va al colegio porque toda su familia se ha ido a no sabe qué pueblo a recoger cerezas, eso sí lo sabe. Y no volverán hasta septiembre, eso también lo sabe, y ella tiene que cuidar de sus cuatro hermanos pequeños y de la abuela, que aunque dicen que se la han dejado para que le ayude a ella, Candela sabe que al final, es otra boca más que alimentar.
Reír o llorar
Publicado el 21 de abril de 2012
Me río en tu cara. La almohada se deshace entre esas carcajadas de desprecio; falsas risas de estupidez; gesto sincero de desespero. No sé dónde esconder mi ingenuidad y acaricio el cepillo del gato en un intento de dominar mi propio sarcasmo. Menos mal que pronto llegará Semana Santa y te volverás con tu familia. Pero deja ya de atosigarme con esas mentiras que ni tú mismo te crees, y comienza a embalar tus libros, tus discos, tus Levi’s 501 etiqueta roja que tan bien te quedaban y que ahora que te estás poniendo gordo enseñan tu canalillo cada vez que te agachas. No olvides tu diccionario de metas imposibles en el que un día me hiciste creer y vuelve ya al calor de la legitimidad. Pero recuerda que el matrimonio se escribe con letra pequeña y tarde o temprano volverá tu indecisión. Y yo tampoco sé si llorar o volver a reírme en tu cara.
Saludo y despedida
Publicado el 5 de abril de 2012
Emilio llevaba tiempo en el bosque. Se echó a la montaña cuando detuvieron a su padre, el trampas, antes de que acabara la guerra; aún no sabe nada de él. Su madre trató de impedírselo, pero al hijo del herrero no había quien lo detuviera, ni siquiera su madre, por más que lo intentó. Antonio tampoco dudó en afiliarse cuando su padre se lo ordenó. Nadie podía negarse a la voluntad del alcalde, y menos cuando el alcalde era el padre de uno. Antonio y Emilio se habían criado juntos, corriendo por las eras y robando los huevos del cura don Pascual: «cabrón a quien pille don Pascual», y casi siempre era a Antonio, paticorto y culigordo. Hacía ya tres años que no se veían, desde que Emilio se fue a la montaña y Antonio cogió el fusil. Y se han encontrado de nuevo sus miradas, justo en el momento en que se han reconocido, cuando Antonio dispara a los cuatro putos rojos que los compañeros han encontrado en el bosque. Y apoyados los cuatro en aquel paredón Emilio grita, como único saludo y también despedida: «Antonio, cabrón, dile a tu padre y a don Pascual que ¡Viva la República!».
Un día cualquiera, alguna mujer
Publicado el 8 de marzo de 2012
Las 6:45, el despertador, los desayunos, preparar los almuerzos de toda la familia, las mochilas de los peques, programar la lavadora, despedirlos a todos con un beso y preocuparse más de la cuenta: el pequeño tiene mucha tos, el mayor un examen, él una reunión importante. Tú, llegas tarde. Las 9:00 el pequeño entra al cole con esa tos que no cesa. El jefe malhumorado, como siempre, no saluda. Sí tu compañera, que te hace una mueca y sabes que algo te quiere contar. En mitad de la historia de cuernos (se está acostando con el comercial del segundo) te suena el móvil. El pequeño está con fiebre. Mamá, recógelo tú que yo no puedo. Pides cita en el médico para la tarde; tratas difícilmente de concentrarte el resto de la jornada. 3:30 acabas por hoy, fuera de casa. 4:00 reunión con el tutor del mayor. Lleva fatal el trimestre. 5:30 al médico: anginas, antibiótico y tres días en casa, por lo menos. Menos mal que tienes a tu madre. 6:00 al fútbol, hoy sólo con uno. 8:00 a por el peque. 8:30 acabó la lavadora. 9:00 sube la fiebre a casi 40. Por suerte llega él, hace la cena. 10:00 el examen del mayor es más difícil de lo que esperabas. 11:00 estás más muerta de lo normal: la regla. 12:00 toca el antibiótico. 4:00 sube la fiebre. 6:45, el despertador.
Hija, «no llegamos a fin de mes»
Publicado el 7 de febrero de 2012
Sonia tiene catorce años, y es hija única. Algunas de sus amigas le dicen que es una mimada, aunque ella sabe que todas le tienen envidia porque no tiene que compartir sus cosas con nadie. Bueno, hasta hoy. Esta noche duerme en el comedor, en el sofá-cama que sus padres han preparado para ella. Y es que «no llegamos a fin de mes», le han dicho sus padres, «y tenemos que realquilar tu habitación». Sonia todavía no les ha contado a sus amigas que ya no se podrán quedar en su casa a dormir y que desde ahora ya no hay motivo para tenerle envidia. «Es como tener invitados», ha dicho su padre; aunque Sonia sabe que no son como invitados, porque los invitados sabes cuándo se van a ir, y éstos, los inquilinos, aunque te quiten la habitación, estás deseando que nunca se vayan porque si no «no llegamos a fin de mes».
Las mierdas de toda Valencia
Publicado el 22 de enero de 2012
Sento levanta su bastón cada tres golpes en el suelo, por si hay una farola. Un, dos, tres, levanta; un, dos, tres, levanta. No quiere llevar sus gafas negras; a él no le hacen falta. Pero su madre insiste todos los días, e incluso sale al ascensor a llevárselas, si alguna mañana se le olvidan conscientemente. Imagina que debe de tener los ojos muy feos, o blancos, o rayados o turbios, o a saber qué. Sento tiene 16 años y envidia profundamente a sus dos hermanos, y no sólo porque ellos pueden ver sino porque no tienen que escuchar a su madre cada día al salir:
– Sento, las gafas…
Y al entrar:
– Sento, las zapatillas…
Y Sento, también todos los días:
– Pero ¿por qué yo? Mis hermanos no tienen que quitarse las zapatillas cada vez que entran en casa…
Y su madre, todos los días:
– ¡Porque tus hermanos no me chafan las mierdas de perro de toda Valencia!
Tod@s somos Nicole
Publicado el 15 de diciembre de 2011
Juan de Dios Barreira Pons, ese jefe de dirección potentado en el séptimo piso, emerge del ascensor con arrolladora prepotencia, mientras Nicole, esa máster en dirección de empresas, a la que nunca ha dejado de llamar secretaria, se apresura a someterse ante él, con esos diez centímetros de tacón que la rebajan a un rincón de la autoestima infestado de machismo.
Juan de Dios Barreira Pons, con los bolsillos llenos y la conciencia inmaculada, no tiene más que alzar la ceja derecha para que Nicole se precipite sin remedio a colmar sus deseos: esta vez es sólo un café.
Marta Salvador Vélez es licenciada en periodismo, máster en estudios hispánicos, correctora editorial, conductora de talleres de escritura creativa y novelista. En 2022 ganó el premio Roma Valencia Romántica con su novela titulada