La chinita
Publicado el 19 de abril de 2011
A Xia aquí en España todos le llaman Alba. Ha tenido más suerte que su hermana, ella tenía plaza en el aula de 4 años en la línea en castellano, su hermana da las clases en valenciano. Ninguna de las dos sabe ni uno ni otro idioma pero no importa. Ellas son listas y pronto lo aprenderán; al menos eso es lo que les dice su padre, a ellas y a todo el mundo. Xia, en su idioma, significa el resplandor del amanecer, por eso lo han traducido como Alba. Es extraño que a una le cambien el nombre así, de repente. Su hermana antes era Lixue y ahora todos le llaman Nieves. Hace ya dos meses que llegaron de Shanghái y tres semanas que están en el cole nuevo. Hoy hay excursión a la Feria del libro. Su melena morena, su jersey de cuello alto, de color rosa, asomando debajo de otro suéter amarillo, sin cuello, pero también de manga larga. Hace mucho calor y mira celosa a sus compañeras que van todas en manga corta. Ella está sudando. Entre las casetas llenas de libros que no entiende se encuentra con muchos desconocidos que le dicen algo; ella no hace más que enseñar a unos y a otros su tarjeta identificativa, como le han dicho que haga. Sólo ha entendido que hoy iban de excursión y debería estar contenta, pero sólo quiere llegar de nuevo a su clase para sentarse, encontrarse segura y aunque no entienda a la maestra, por lo menos ver una cara que le parece conocida.
Un par de besos
Publicado el 11 de abril de 2011
Él le ha plantado un par de besos carnosos en cada mejilla. El segundo, el de la izquierda, casi en la comisura de los labios. Ella nota que la quiere seducir. Él sabe que se está pasando pero así es como funciona. Con las cuarentonas que se las dan de estrechas y esa ajetreada vida familiar que ponen de excusa tiene que ser así. Ella le esquiva, sale por otra puerta y cree que le ha dado esquinazo. Él la sigue. Ella se sube al coche y cierra el seguro pensando que así va a estar protegida del que quiere ser su entrenador físico, así se lo ha dicho. Y al arrancar ahí está, con la cara pegada a su ventanilla y mandándole otro beso por el cristal. Ay que ver, qué pesado. Pero aún se acuerda de su dirección. ¿Por qué le ha dicho que también entrena a mujeres casadas? Él lo tiene claro, así ellas saben que no son las únicas que son infieles a sus maridos con el preparador físico y acaban cediendo ante sus muchos encantos. Ella aún recuerda la dirección, calle Alicante, 17, y también sus músculos, y ese par de besos carnosos pegados a la comisura izquierda de sus labios.
Los hombres no lloran
Publicado el 16 de marzo de 2011
Como los Ángeles al caer el sol me limpié las lágrimas. Los hombres no lloran me decía mi madre y también me lo dijo el profesor de latín cuando en 2º de BUP me pilló la chuleta en mitad del examen de septiembre. Ahora el test de embarazo me quemaba entre mis manos con un rosa inequívoco de paternidad. Ella acababa de salir de casa dispuesta a abortar. Pero los hombres no lloran, y tampoco paren. Como los Ángeles al amanecer yo, un hombre, volví a llorar.
Quiero pensar que fue así
Publicado el 23 de febrero de 2011
Y el americano Peter Ellis partió para siempre de Berlín, en la Nochevieja de 1923, dejando a su amada, la joven Lilí Waldstein, bajo la protección de su adinerada familia judía. Así se acaba una historia que Solmssen no quiso terminar, para que los lectores imaginemos la desolación del joven Ellis cuando, ya no tan joven, aún enamorado de aquella niña alemana, conociera, desde el otro lado del Atlántico, el devenir de aquellos a los que le obligaron a abandonar. Pero yo quiero creer que en 1945, Ellis regresaría para dar a los Waldstein una sepultura digna, imaginando el desgarro de ese padre que, hasta el último segundo de todos los que le hicieran sufrir, su dolor más grande sería no haber evitado la tortura de una hija a la que pudo salvar, si hubiera confiado en aquel joven americano. También quiero pensar que entre los nombres de los desaparecidos en Mauthausen o Auschwitz no encontraría a Lilí, a la que hallaría en un hospital de supervivientes, reestableciéndose de las heridas físicas y la desnutrición, y que él trataría, sin conseguirlo del todo, durante el resto de sus vidas, de curarla de todas las otras roturas. Yo quiero pensar que fue así.
Se acerca San Valentín
Publicado el 10 de febrero de 2011
Se acerca San Valentín, y aunque nunca lo hemos celebrado, los insistentes anuncios por todas partes me recuerdan que este año no estás. Los corazones envueltos en celofanes de colores me confirman que estoy olvidando ese olor tan tuyo a menta, limón y clavo. Pero por más que lo intento, no consigo que se vayan del todo tus solemnes costumbres y todos los viernes, como si aún estuvieras conmigo, preparo tu cóctel preferido, para recordar que te llevaste para siempre ese olor a menta, clavo y limón.
Una mañana cualquiera en un autobús cualquiera
Publicado el 4 de febrero de 2011
La cremallera de su abrigo se le ha atascado, enredada entre los flecos de la bufanda granate a rayas blancas que le regaló su madre el día de reyes. En el autobús hace calor y busca un asiento libre, aunque sabe que no lo utilizará incluso si hubiera alguno. Tiene solo diecisiete años y demasiados pensamientos atolondrados entre los guantes, también granates con rayas blancas.
Un divorcio, desde otro punto de vista
Publicado el 18 de enero de 2011
¿Por qué hoy nadie me hace caso? Mi ama pasa de largo, lagrimeando otra vez, y ni me mira. Él por fin sale del cuarto, pero no se acuerda de mi agua, ¿y mi paseo? Nadie parece verme hoy. Muevo más y más mi cola, a ver si me ven, y solo me falta ladrar; pero no les gusta que ladre en casa. Ya me riñeron ayer. Pero ¿y mi pienso?, ¿hoy no tengo sobras? Al menos agua, necesito agua. Mi ama se pone el abrigo, ¿me sacará ella a pasear hoy? Qué raro. Pero no, tampoco. A ver la niña; ella es la única que me reconoce, por fin alguien sabe que existo, pero solo me acaricia, como si yo no fuera más que una almohada o un peluche. ¿Y mi rutina? ¿Y mi paseo, mi agua, mi pienso? Nada. Si al menos mis tripas me dejaran dormir un poco…
Cariño, somos de los «buenos», pero perdimos
Publicado el 3 de enero de 2011
– ¿Qué estás leyendo mamá?
– Este, Inés y la alegría, de Almudena Grandes.
– ¿De qué va?
– De la guerra civil.
– ¿Y qué es eso?
– En España, hace muchos años hubo una guerra de españoles contra españoles.
– ¿Hace mucho?
– Bueno, no tanto. El papá de la iaia, es decir, mi iaio, luchó en esa guerra y pasó muchos años en la cárcel después.
– ¿En la cárcel? ¿Por qué? ¿Qué hizo?
– Luchar en el bando de los que perdieron.
– ¿Ah sí? ¿Y quiénes ganaron?
– Los malos.
– ¡Qué mal! ¿Y nosotros perdimos?
– Sí cariño. Pero, al menos nos queda la alegría de saber que luchábamos por la libertad, la justicia, la democracia, los derechos humanos…
Y al escuchar el «nosotros» de mi hija me he dado cuenta de que la he empujado a tomar partido en un bando, del que, como yo, ya no podrá salir; un bando en el que yo me incluí tal vez a la misma edad que ella, cuando escuchaba las historias de mi iaia y de mi bisabuela contando del hambre, del estraperlo, las torturas, la clandestinidad, las detenciones a media noche, el miedo y la rabia; y por eso le he contado a mi hija de diez años que «nosotros» luchábamos en el bando de los «buenos»; un «nosotros» que incluye a muchas personas, también a mí, y, desde esta misma noche, a ella, que se ha sentido orgullosa de ser de los «buenos», aunque perdiéramos la guerra.
Entre el silencio de tenerte y el ruido de olvidarte
Publicado el 23 de noviembre de 2010
El insistente cloc, colc, cloc me atormenta con su ritmo. Golpes de agua me imploran que te olvide. Cloc, cloc, cloc. Los silencios también me recuerdan que te has ido. Y entonces, cloc, cloc, cloc, como un lamento, como un suspiro. Cloc, cloc, cloc, una lluvia de tristeza que tropieza en el rencor. Y trato de olvidar. Y entonces, cloc, cloc, cloc.
Cuenta hasta siete
Publicado el 28 de octubre de 2010
Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… ¿Quién se ha acabado mi leche? Mal empezamos el día… Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… No puedo esperar a que acabes de peinarte, cariño, llegamos tarde… Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… Intenta no volver a dejarme el coche sin gasolina por las mañanas, y por favor, el freno de mano puesto y la marcha quitada… Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… ¿No ves que no me puedo echar para atrás? Atropellaría a alguien. Ya sé, ya sé que mi madre es lo que dices, pero no me puedo mover ni un poquito… Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… Y ahora la otra se pone a llorar. No pasa nada, chiqui, entra al cole, la mamá vendrá a por ti esta tarde… Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… ¿Por qué todos los semáforos se me tienen que poner en rojo?… Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… Lo sé, lo sé; otra vez tarde…