Casilda

Publicado el 18 de noviembre de 2011

El comisario Pérez afronta la cuesta con un esfuerzo helado que se le pega en el cuello. Mentalmente va repasando las pistas que ha ido recopilando, sin darse cuenta del reguerillo de moco, húmedo y caliente, que le surca ya la comisura del bigote. La joven víctima se llamaba Casilda, según ponía en el pasaporte desgastado y maloliente que le encontraron. La chica parecía tener unos 26 años y desde hoy Pérez sabe que jamás podrá borrar de su recuerdo el rostro de la bella durmiente; la palidez de la muerte luchando contra un rojo fantasmal en los labios y esa tersura de algodón que no pudo evitar acariciar, aun a riesgo de contaminar las pruebas. ¿Cuántas veces censuró a su compañeros gestos más inocentes que el suyo? Pérez trata de desterrar estos pensamientos con una sonrisa altiva al viento húmedo de tramontana que le devuelve a su infancia, con olor a romero y ajedrea. Necesita recordar quién es y, como un tic incorregible, rebusca entre los bolsillos. ¡A ver si lo encuentra! Sí, ahí está… la manzanilla seca que cogió el fin de semana del patio de su madre y que todavía lleva en el bolsillo trasero del pantalón, porque hace cinco días ya que no se ha cambiado de ropa. Casilda, Casilda, Casilda: le traicionan sus propios oídos. Cansado de divagar sin rumbo fijo, Pérez regresa a casa. Por fin se da una ducha, con el agua ardiendo, que le deja la piel manchada de ronchas rojas, como un flagelo necesario contra los pensamientos impuros. Distraído al pelar una manzana se rasga la piel del pulgar izquierdo y una horizontal roja, caliente y afilada le lanza el rostro níveo de Casilda, arrancado de su cuerpo por algún maldito macabro que Pérez se muere por descubrir. Entre sudores fríos y alucinaciones el comisario consigue conciliar el sueño, cerca de las cinco de la madrugada. Y como no podía ser de otra manera, Casilda, como cada una de las cinco noches que han pasado desde el día que descubrió su cadáver, se le vuelve a aparecer. Esta vez, es una grotesca sirena que le solloza al oído: por favor, por favor, véngame. Y Pérez se despierta de nuevo con el olor a muerta pegado a su cama.

Aprendiendo a decir «basta»

Publicado el 5 de noviembre de 2011

Porque la niña de la falda de colegiala no sabe que la estoy mirando. Porque me recuerda a mí misma. Porque un día no supo dónde caminar y sin embargo continuó haciéndolo, sin darse cuenta, sin decidir dónde poner el siguiente pie. Y caminó y caminó y caminó hasta que los pies se le agrietaron y comenzaron a caerle las uñas, negras de tanto caminar. Y nunca supo qué hacer con esos pies que jamás le obedecieron porque ella siempre quiso frenar de golpe. Siempre quiso decir basta y nunca se atrevió. Y fueron sus pies, agrietados y sin uñas los que un día dijeron que ya no caminaría más en contra de su voluntad. Y entonces paró. Y aquí me encuentro, en ese momento en el que detrás se oye el fracaso, delante te persigue el futuro y aquí, ahora, es mejor dejar de respirar. Porque la niña con la falda de colegiala no sabe que ella, como yo, tampoco dejará de caminar, hasta el día que aprenda a decir basta.

El príncipe rosa o la princesa azul

Publicado el 13 de septiembre de 2011

Érase una vez un príncipe rosa que se engulló de un trago todas las perdices. La princesa fue a socorrerlo pero se lo impidió una tierna abuelita que perseguía incansable al lobo por todo el bosque, ayudada por los siete enanitos armados con siete espejos mágicos. La princesa jamás encontró al príncipe atragantado, y mira que lo intentó. Y es que las tres haditas se durmieron para siempre con el huso de la rueca de la bella durmiente y no hubo quien les diera su primer beso de amor. Con los años, la princesa aprendió a valerse por sí misma y aunque se enamoró perdidamente del ogro feroz nunca se lo dijo, pues no estaba dispuesta a renunciar a su recién estrenada libertad por unos simples zapatitos de cristal.

Nueve letras

Publicado el 22 de agosto de 2011

Mi vida se me quebró entre las manos aquel 19 de mayo cuando recibí esta carta que leo y releo una y otra vez con la ilusión de que este papel se deshaga ante mi imaginación quedando todo en una macabra pero inocente pesadilla. Y en cambio sigue entre mis dedos recordándome el día que la leí por primera vez: todas las palabras se me borraron ante mi vista incrédula y sólo una, agresiva y virulenta, se me echaba encima con voraz prepotencia. La D mayúscula se me clavó en el entrecejo. La e saltó del papel para golpear mis sienes. La s susurró con ironía una nana macabra. La a quiso ahogarme con sus garras cuando la h saltó directa a mi yugular. La u fue más noble, aunque no pudo evitar desgarrarme el alma. La c, con malas artes, se desprendió de la carta firmada por el banco hasta dejarme sin respiración. La i, como un cuchillo, se me quedó dentro, cuando la o, un proyectil envenenado, se me instaló en el corazón. Era el desahucio, del que ni mi vecina ni esas asociaciones con tantas siglas, ni los indignados de mi barrio me han podido librar. Esta noche duermo en la calle, con nueve letras prendidas para siempre de mi apellido.

La vida

Publicado el 17 de julio de 2011

En el tercer escalón de la izquierda encontrarás la clave. Cuatro pasos más allá será donde se esconda el jeroglífico que dará paso a las cinco puertas. Tendrás que encontrar la verdadera y podrás abrirla con la palabra mágica que sólo averiguarás al salir con éxito del laberinto. Tras la puerta llegará el puente, el desierto, la cueva de arañas, la selva tropical y la jungla de cemento. Entonces seguirás caminando tratando de encontrar el tesoro. Y el tesoro estará escondido donde estuvo siempre, detrás de los hilos de la sabiduría, y cuando lo hayas encontrado no te quedarán más que tres días para hallar la felicidad, y con ella la muerte… Así es la vida.

Olvido

Publicado el 12 de junio de 2011

Una corriente fría, inesperada de junio, entra por la ventana de la mujer deshabitada y se cuela directa en su almohada para recordarle de golpe todos los años que olvidó y que ya no recuerda porque no quiere hacerlo, desnudando su esencia y destapando los deseos que quiso enterrar en el abismo insondable de su abandono, justo cuando la persiana cae de repente y su vida vuelve a hacerse añicos ante la mirada atónita de quien ya vuelve a recordar que un día de junio, de hace ya muchos años, comenzó a olvidar.

Destino

Publicado el 30 de mayo de 2011

Dentro del calcetín rojo de hombre guardó la mujer el estrépito de la casualidad. Condujo muchas horas bajo la lluvia, con la maleta llena de rayos y margaritas. La luna de plástico era su única compañía. Don Giovanni, su banda sonora, Orlando, su destino.

El síndrome del hermano mayor

Publicado el 13 de mayo de 2011

Acomoda a su padre en la cama. Son las diez menos veinte, la hora en la que había quedado con María. Una vez más su hermano se ha salido con la suya y Antonio recuerda una tras otra todas las trastadas que le ha hecho, como aquella Semana Santa en la que le dejó sin coche o cuando intercambió las notas de física y le tocó a él examinarse en septiembre. Son las diez menos cuarto y María ya se habrá ido a casa. Las diez menos cinco y la inyección de morfina.

La chinita

Publicado el 19 de abril de 2011

A Xia aquí en España todos le llaman Alba. Ha tenido más suerte que su hermana, ella tenía plaza en el aula de 4 años en la línea en castellano, su hermana da las clases en valenciano. Ninguna de las dos sabe ni uno ni otro idioma pero no importa. Ellas son listas y pronto lo aprenderán; al menos eso es lo que les dice su padre, a ellas y a todo el mundo. Xia, en su idioma, significa el resplandor del amanecer, por eso lo han traducido como Alba. Es extraño que a una le cambien el nombre así, de repente. Su hermana antes era Lixue y ahora todos le llaman Nieves. Hace ya dos meses que llegaron de Shanghái y tres semanas que están en el cole nuevo. Hoy hay excursión a la Feria del libro. Su melena morena, su jersey de cuello alto, de color rosa, asomando debajo de otro suéter amarillo, sin cuello, pero también de manga larga. Hace mucho calor y mira celosa a sus compañeras que van todas en manga corta. Ella está sudando. Entre las casetas llenas de libros que no entiende se encuentra con muchos desconocidos que le dicen algo; ella no hace más que enseñar a unos y a otros su tarjeta identificativa, como le han dicho que haga. Sólo ha entendido que hoy iban de excursión y debería estar contenta, pero sólo quiere llegar de nuevo a su clase para sentarse, encontrarse segura y aunque no entienda a la maestra, por lo menos ver una cara que le parece conocida.

Un par de besos

Publicado el 11 de abril de 2011

Él le ha plantado un par de besos carnosos en cada mejilla. El segundo, el de la izquierda, casi en la comisura de los labios. Ella nota que la quiere seducir. Él sabe que se está pasando pero así es como funciona. Con las cuarentonas que se las dan de estrechas y esa ajetreada vida familiar que ponen de excusa tiene que ser así. Ella le esquiva, sale por otra puerta y cree que le ha dado esquinazo. Él la sigue. Ella se sube al coche y cierra el seguro pensando que así va a estar protegida del que quiere ser su entrenador físico, así se lo ha dicho. Y al arrancar ahí está, con la cara pegada a su ventanilla y mandándole otro beso por el cristal. Ay que ver, qué pesado. Pero aún se acuerda de su dirección. ¿Por qué le ha dicho que también entrena a mujeres casadas? Él lo tiene claro, así ellas saben que no son las únicas que son infieles a sus maridos con el preparador físico y acaban cediendo ante sus muchos encantos. Ella aún recuerda la dirección, calle Alicante, 17, y también sus músculos, y ese par de besos carnosos pegados a la comisura izquierda de sus labios.