Te recuerdo

Publicado el 18 de octubre de 2010

La otra noche me acordé de ti, otra vez. Llovía, y sentí que los truenos y los rayos perturbaban esa paz que ahora deberías tener. Te recuerdo con aquella sonrisa de leche y toda la vida por delante; cuando no te querías acostar, o cuando te escondías de las tormentas detrás del sofá. Entonces tu madre y yo disimulábamos nuestras risas porque aún eras pequeño, aunque tu cuerpo siempre se empeñara en mostrarse mayor que tú. Recuerdo tus juegos, tus caballos, tus canicas… el baile de preposiciones, tu obstinada negación, y esa energía desbordante que nunca aprendiste a controlar. Te recuerdo y así te recordaré siempre, como eras, un niño grande queriendo llamar la atención. Y si aún tienes miedo a los truenos, tal vez te consuele saber que las noches de tormenta me estaré acordando de ti.

Felicidades: 23-09-93. Te quiero

Publicado el 23 de septiembre de 2010

El bote de pintura en aerosol se le escurre a Antonio entre los dedos. Como un fugitivo se adentra en la noche para darle una sorpresa a María. Vence las dificultades diciéndose una y otra vez casi en voz alta: «Le va a encantar, le va a encantar, le va a encantar…».
Mª José se detiene en el portal de su casa para leer un letrero en rosa pintado en el suelo: «Felicidades: 23-09-93. Te quiero». Arrastra su soledad en forma de caniche malhumorado a las siete y media de la mañana mientras piensa qué romántico sería despertar un buen día con alguien tan enamorado.
A las nueve menos cinco sale María con los gemelos en el carro y Sofía llorando detrás. Hoy se le ha hecho tan tarde que no ve la pintada que acaba de emborronar con las ruedas del cochecito. Sólo al volver a casa, cerca de las nueve y media, descubre con espanto que Antonio, una vez más, se ha saltado la orden de alejamiento.

Sólo dos metros

Publicado el 6 de septiembre de 2010

Sólo nos separan dos metros, dos escasos metros formados por cuatro baldosas; y todo un abismo. Somos dos universos separados por nada más que dos metros de nuestra cocina y sólo una generación. La misma leche con cereales, el mismo reloj, la misma prisa, y siempre nuestros treinta años de inmensidad circular.

Otra vez la cucaracha

Publicado el 20 de agosto de 2010

Sofía arranca su Fiat Punto de color naranja segura de sí misma. Hace meses que su novio la ha dejado, cuando la mujer de él les pilló juntos. Pero ya se ha repuesto. Esta noche ha salido con sus amigos de siempre. Han cenado, en el chalet de los padres de Inés, pizzas y quebabs y después se han dado un buen baño nocturno en la piscina. Se lo ha pasado bien. Por fin está empezando a olvidar aquel día. Fresca, independiente y casi feliz enciende el coche. Ha bebido muy poco y el baño la ha despejado del todo. Es la primera en salir. Los demás se esperan un poco más, hasta que se les pase el efecto de la bebida. Nada más poner el motor en marcha nota un picor insoportable en el pie derecho, el del acelerador. Se arrepiente de no haberse quitado las chanclas antes de salir. Iría más segura con sus mallorquinas. No quiere pensar en el cosquilleo, pero nota una caricia entre los dedos y empieza a imaginar bichitos paseando a sus anchas por su pie. La carretera que baja de la sierra tiene bastantes curvas y quiere concentrarse en ellas, pero ya ha encontrado una imagen que no se quiere ir de su cabeza. Sobre su pie derecho hay una cucaracha, negra y roja, con alas desplegadas y patas nauseabundas que se pasean soberanas sobre su pie derecho. Trata de zafarse de ella pero no consigue más que acelerar. Se asusta. Casi se ha salido en la última curva. Se obliga a pensar en otra cosa pero sigue ahí el cosquilleo repugnante del que trata de desembarazarse dando una patada en el aire. Pisa, sin querer, el freno y casi pierde el control del vehículo. Está deseando llegar a casa. Pero la cucaracha está trepando sobre su pie y empina el camino hacia la pierna, cayendo una y otra vez y restregando su hedor por el cuerpo antes fresco de Sofía. Los amigos de Inés encuentran en la penúltima curva un Fiat Punto, de color naranja, completamente destrozado; y ahí está Sofía, sin vida, y esa hojita de césped todavía enredada entre sus dedos, ondulando insistente con la brisa del amanecer.

«No me contestes, niño»

Publicado el 9 de agosto de 2010

Muchos dicen que Abel tiene mal genio, que pronto se enfada, golpea puertas, o deja a los demás con la palabra en la boca en mitad de una discusión, mascullando entre dientes alguna oración malsonante. Y es cierto, no ha aprendido a ser sincero y no sabe escuchar opiniones contrarias. Pero Abel no es culpable del todo. Demasiadas veces oyó en su niñez y sobre todo en la adolescencia aquella expresión autoritaria: “No me contestes, niño”. Sin darse cuenta, aquellos adultos le impidieron aprender el maravilloso y necesario arte de la dialéctica, una herramienta indispensable en la vida de adulto; no supo nunca verbalizar sentimientos, ni aprendió a canalizar frustraciones. ¿Cómo podría Abel evitar ese defecto en la siguiente generación?

Adiós

Publicado el 12 de julio de 2010

A medianoche reluce tu nombre en mi engaño. Dibujo nuestras mentiras con un grito contenido que pregona sin sonrojos que te quiero. Y es que el amor es como un despiste que requiebra la falacia con besos, sonrisas y hormigueos. Mi orgullo rendido ante el azul y negro de tu mirada. Mañana rescataré el triunfo desgastado de mi maleta, pero esta noche necesito que ocultes la verdad con el sudor espontáneo de tu peso que desdice tus palabras. Ya amanece en el rincón de mi resurgir, difícil entuerto que aún ni yo he entendido. Y te anuncio que me voy, sin adornos, sin explosiones, sin mariposas. Quién sino tú me abres la puerta, con un pausado adiós.

Esta vez tampoco

Publicado el 4 de julio de 2010

No lo sé agente. Yo iba a salir de casa en ese momento cuando recordé que no le había preparado el almuerzo para el trabajo. Entonces volví y él ya se había dado cuenta de que no lo había hecho y entonces discutimos. No, no, agente, no me pegó. Es sólo que, como yo me tomo todas esas pastillas por las mañanas, estaba un poco, no sé, como borracha, ¿entiende? Y entonces creo que tropecé. No estoy segura, pero yo creo que por eso me caí por la escalera. Creo que fue así, sí. No, no, no voy a poner una denuncia porque no estoy segura de si fue él o yo sola tropecé. ¿Y si fui yo misma, por culpa de todas esas pastillas para la depresión? No, no, no le denuncio agente. Esta vez no.

¿Cuándo dio la vuelta?

Publicado el 16 de junio de 2010

Desde aquí abajo parece que se te va a caer encima, como una losa pesada de la que no te puedes desprender. Me hunde con su inmensidad y me quedo aplastado como la hormiga insignificante que soy. Una vez viví en ese mundo de hipocresía que ahora parece que disfruta machacando insectos como yo. No fui consciente de que me engullía con esas fauces que ahora veo arrebatarme la vida. Pero mientras se inclina hacia mí para destruirme me empapa de unas babas pegajosas, dulces y pesadas. Unas ventanas abiertas, otras cerradas, la mayoría encendidas, y en medio una mandíbula de balcones apretados en busca de su víctima. Esta noche sé que soy yo. Mañana cualquier otro magnate de los negocios recogido en la cuneta del olvido. Ya baja, ya me aplasta, ya me destroza. Y un sudor frío, anuncio de mi muerte, me recorre el cuerpo entero. Tiemblo de odio y ya noto que me traga sin masticar. Es justo ahora cuando necesito la última dosis.

El chico del bañador rojo y blanco de rayas

Publicado el 29 de mayo de 2010

El chaval del bañador rojo y blanco de rayas me gusta. Lleva un pegajoso bronceado y parece que cumple con sus amigos como con una obligación. Preferiría estar en casa, tumbado en el sofá ocre de sus padres, releyendo Madame Bovary y apasionándose con ella en busca de su amante. Pero nadie le entendería, ni siquiera su novia, la rubia que estira de él para entrar en el MacDonald’s y que arrastra sus ochenta kilos atléticos hacia una diversión teñida de hastío. También me gusta el chico por la forma en que la mira. Tiene el entusiasmo de quien se ha enamorado por primera vez sin reconocer todavía que su imaginación le ha puesto delante la imagen idílica de quien no es. Me gusta también el chico del bañador porque aún no sabe que ser diferente algún día le hará feliz.

Hola abejita

Publicado el 19 de mayo de 2010

¿A que ya estás mejor? Sé que duele el aguijón al clavarse hondo pero recuerda que el dulce néctar que fabricas será siempre tu energía. Además, sabes que cuentas con tu amigo el caracol, el bicho bola, las tres mariquitas, la luciérnaga, la mariposa y los peloteros, siempre juntos, para ayudarte a trepar a lo más alto del panal. Tu amiga la luciérnaga te envía un beso con mucha luz, para que cuando todo esté oscuro te ilumine el camino.