De noche

Publicado el 2 de octubre de 2009

Una respiración ahogada detrás de mi ventana me atraviesa el sueño. Crujidos en el salón me encogen la valentía y me obligan a refugiar los oídos con la almohada; pero llora mi bebé y he de acudir, superando el miedo. Entre el llanto susurra un claro mamá, a sus veinte días de vida. Creo escuchar rumores en la noche, voces entrecortadas que de forma burlona parecen decirme que no les atienda si quiero dormir algo antes de que despunte el día. Mi niño está inquieto, tal vez por mi espanto, y nos acurrucamos juntos en mi cama para no oír las canciones de muertos que llevo dentro. Entonces las canturreo alto para espantar a sus dueños, mientras se hace de día y temo que vuelva la noche, aunque sé que volverá y podré dormir unas semanas antes de que regresen de nuevo, y, esta vez, para siempre.

Tan cerca del odio

Publicado el 21 de septiembre de 2009

Antes incluso de cerrar la puerta tras él ya estaba arrepentida de haberle echado. Pero la ira, el arrebato, los celos, la rabia, el odio que creía contenidos salieron disparados por todos mis poros sin poder retenerlos. Sólo entonces me di cuenta de que la sangre que tenía en el labio inferior me la había hecho yo sola al morderme, con ese bocado histérico que crees controlar pero es el tic del rencor quien domina tu arrebato; un impulso irrefrenable que te aleja de los que quieres y te acerca al enemigo al que nunca quisiste parecerte. Y entonces, el arrepentimiento, por fin, el dolor, las lágrimas, el escalofrío de soledad al final de la espalda. Pero ¿y él?, ¿será él capaz de entenderlo?

Ni esperanzas

Publicado el 9 de septiembre de 2009

Hace más de quince años que llegamos aquí. No tardamos demasiado, tal vez quince o veinte meses, en darnos cuenta de que las cosas que nos ocurrían estaban dirigidas. Las primeras semanas, cuando el coche se nos estropeó en medio de ninguna parte, cuando se nos secaban las fuentes que íbamos encontrando, o cuando nos tropezábamos unos detrás de otros en los mismos accidentes, pensamos que era una mala racha de la que pronto saldríamos. Pero después empezamos a atar cabos: no podía ser el azar tan tortuoso. Y después vimos las cámaras y los cables escondidos entre las raíces de las carrascas y los pinos. Comprendimos que mis tres hijos, mi marido y yo éramos objeto de algún tipo de experimento sobre supervivencia o adaptación al medio y que cuando se cansaran vendrían a rescatarnos. Suplicamos a las cámaras que así lo hicieran. Pero ahora hace ya mucho tiempo que las pantallas se han empezado a oxidar, los cables se han roto por aquí y por allá y no ha venido nadie a por nosotros. No sabemos si el experimento ha terminado y se han olvidado de nosotros, si esto también formaba parte de la prueba, si hay más gente atrapada como nuestra familia en alguna parte, o si ha habido alguna catástrofe de algún tipo y somos los únicos supervivientes. Por si acaso, queríamos dejar este testimonio.

Te añoro

Publicado el 23 de agosto de 2009

Como la abubilla que antes de alzar el vuelo definitivo ya echa de menos su nido. Como la madre que todavía fríe las patatas del hijo que hace dos semanas volvió de Cancún con su nueva esposa. Como la amante que aún despidiendo al amado en el ascensor descubre de nuevo la punzada en la boca del estómago imaginándole en los brazos de su verdadera mujer. Como la chiquilla que todavía no ha deshecho las maletas de las vacaciones y ya está traicionando las palabras de fidelidad que juró en la playa. Como el perro que vaga por la carretera en busca de un rastro que no encontrará.

El pequeño Áxel

Publicado el 17 de agosto de 2009

El pequeño Áxel se va de vacaciones. Lleva su maleta azul, su oso azul y su amigo invisible, Tron, también azul. Tiene cinco años y medio y ya sabe sumar con dos cifras y leer con letras minúsculas. El cuento de Caillou es también azul pero no es suyo. Es de sus dos hermanas gemelas, que sólo tienen dos años y que no van con él de vacaciones. Ellas se quedan en casa con papá y el cuento de Caillou. Pero Áxel se va con su mamá y está contento de subir a un avión con su maleta, su oso y su amigo azules. Y también está triste por dejar a su papá, sus juguetes y sus hermanas, aunque le han dicho que sólo será por unos días. Pero, sobre todo, está desconcertado, porque no sabe si tiene que estar triste o feliz. Y entonces, se porta fatal.

Presagio

Publicado el 30 de julio de 2009

Aquella noche me desperté sobresaltada; eran las cuatro y veintitrés minutos de la madrugada cuando mis ojos se abrieron de repente y mi cuerpo empapado se resistió a continuar en la cama alzándose bruscamente como un resorte. Sólo diez minutos después sonó el teléfono.

El extraño caminante

Publicado el 13 de julio de 2009

La otra tarde, paseando por un monte de pinos y carrascas, vi la figura de un hombre cuya sombra se dibujaba y desdibujaba según el viento moviese su larga y desgastada capa medieval a un lado o a otro. El estrecho sendero por donde caminábamos permitía que yo, de vez en cuando, me camuflara entre los frondosos arbustos y observara con detenimiento la actitud del extraño caminante. Llevaba un sombrero, casi de copa aunque un poco raído, del mismo gris borroso que la capa, y unas botas de punta, demasiado altas para un día de calor. Pero lo que pude contemplar de su actitud era aún más sorprendente que su aspecto. El hombre se acuclilló ante una de las piedrecitas del camino y la observó con fervor. La cogió con la mano izquierda, entre los dedos índice y pulgar, y su cara, también desgastada por el sol, se iluminó con la belleza de lo que en sus ojos se leía único. Dejó donde había encontrado la piedrecilla y continuó caminando. Unos pasos más adelante, el hombre se volvió a acuclillar; había encontrado otra minúscula piedra que estudiaba con el mismo detenimiento que la anterior y en el brillo de su mirada también se podía descubrir su admiración. Volvió a la misma operación y un poco más allá tornó a arrodillarse para encontrar una tercera piedra. Para mi asombro, que ya me había acostumbrado a los gestos de entusiasmo de mi desconocido paseante, esta vez su semblante se volvió decepcionado y creí adivinar en él que había descubierto que esta piedrecilla era igual a la anterior e idéntica a la primera y que no había nada extraordinario en ninguna de las tres. El caminante dejó la última chinita, se sentó en mitad del sendero y esperó. Tal vez estuviera descansando, o pensando. Más tarde, cuando yo ya estaba apunto de retroceder y dejarlo con sus reflexiones, comprobé que se volvía a levantar, ayudándose de una rama de romero que no pudo con él y casi le hizo caer. Con la rama de romero en la mano, e impregnando de su olor todo el camino, volvió sobre sus pasos y encontró, en el mismo sitio donde la había dejado, la primera de las piedrecillas. La volvió a tomar entre sus dedos, en el mismo gesto minucioso de antes y mientras yo esperaba el mohín de frustración de la última vez, en esta ocasión apareció de nuevo el rasgo de admiración y es que, ahí, en el lado izquierdo de la cara plana de la piedra había una pequeña ranura, de un verde húmedo, que teñía a la pequeña piedra del camino del excepcional tono del tesoro que el caminante estaba buscando.

Lágrimas con sabor a limonada

Publicado el 5 de julio de 2009

Walid apura su limonada casera, y ese olor templado a canela y hierbabuena le convierte en el dueño. Asmae reconoce en el gesto de su marido todos los siglos de dominio recogidos en un brazo que seca un bigote mojado de limonada dulce y amarga. El hiyab anudado al cuello alto de un suéter blanco disputa con su piel morena. Pero la mirada de sus grandes ojos oscuros es triste, aún detrás de su sonrisa de luna llena. Asmae mira de reojo a Walid. Quisiera decirle que ya no le quiere, que nunca le quiso, que con doce años no se puede querer a un marido impuesto de quince. Y que hoy, veinticinco años después, cuatro hijos más tarde y demasiadas limonadas, ya no le quiere. Pero el gesto de amo que Walid aprendió de su padre, y éste del suyo, y aquél del propio, la vuelve a aplastar en el silencio eterno, lleno de lágrimas de limón, canela y hierbabuena, lágrimas que hace muchos siglos que ya no le consuelan.

¿Y después?

Publicado el 26 de junio de 2009

Lucía acaba de cumplir los tres años y va a comenzar el cole de los mayores. ¡Qué ilusión! Irá con su mochila nueva, sus libros, sus cuadernos, sus ceras de colores… Pero lo que no sabe Lucía es que ha estado apunto de no ser escolarizada, que a lo mejor se tiene que ir del cole casi antes de estrenarlo y que quienes la han cuidado hasta ahora no son más que sus padres de acogida y que pronto volverá con la familia de la que procede, aunque no los conozca, aunque no hace mucho la abandonaron y aunque ella prefiera quedarse con papá Antonio y mamá Sofía, y con la teta Patri y el tete Toni. Pero ahora estamos de vacaciones y en septiembre irá al cole de los mayores.

Mañana por la tarde

Publicado el 23 de junio de 2009

Cinco y cuarto de la tarde. Laura se desmaquilla apresurada. Se encuentra demasiado pintada para una cita de cortar. Vuelve a maquillarse, pero menos recargada. Las prisas le llenan el bigote de pequeñas gotitas transparentes que ella cree que le afean. Se depila las cejas con las pinzas pero le deja un cerco rojo alrededor, por culpa de los tirones. Por fin se decide a salir. Llega tarde, pero no importa. Marcos la esperará paciente. Siempre lo hace, aunque el pobre no sabe que hoy será la última vez que Laura le haga esperar. Marcos le sonríe al verla. Es la chica más guapa del instituto y está con él, aunque aún no se explica porqué. Está seria, enigmática. La mano derecha de Marcos y la izquierda de Laura se rozan al entrar en el bar y un calambre les une en una sonrisa. La piel de Laura se eriza con un escalofrío y Marcos se excita sin querer. Los dos lo saben, se ríen, se besan y Laura ya adivina que hoy tampoco cortará con Marcos. A lo mejor, mañana por la tarde. O no.