La casa
Publicado el 17 de marzo de 2009
Y el reloj, de repente, se había atrasado. El tejado de la casa era abominable, roto, desconchado, deshojado, triste, estandarte certero del interior. La vieja mostró la cochambre a los visitantes, orgullosa de su antigüedad, consciente inconsciente de su deterioro. Ellos le sonreían con benevolencia. La vieja no. La muchacha miraba incrédula a su novio con una pálida amenaza de terror. El viento del maltrecho jardín rogaba entrar a la casa por todas sus rendijas. La puerta se cerró de golpe con ellos dentro. La vieja, sin más explicación, salió. El reloj, de repente, se había parado.
Vida
Publicado el 9 de marzo de 2009
Una respuesta,
solución consejera
de dudas traicionadas,
y apenas la autoestima
de la piel madura.
Un camino de pasiones,
un poema de moradas.
Permiso para amar
Publicado el 27 de febrero de 2009
Ella esperó a que él la rozara debajo de la mesa para hacerse ilusiones. No podía permitirse ninguna confusión. La mujer de él la aburría con las anécdotas de sus gemelas; su marido la atormentaba con sus silencios. Y la pierna del otro volvió a hacerle temblar. Ella esperó esa mirada para soñar despierta. Sus anhelos parecían tener ahora permiso para dejarse sentir. Y esa sonrisa fugaz le recorrió desde el pecho hasta el centro del alma. Ella esperó; esperó esa sonrisa para enamorarse, otra vez.
Fantasmas
Publicado el 18 de febrero de 2009
Ésta será la última carta que te escriba. Y no por gusto, sino porque llega la hora de decir adiós definitivamente. Hace siete años que relleno estas largas cartas para estar cerca de ti y tú ya hace demasiados que no me contestas. Al principio sí: un suspiro en la nuca, una caricia en el aire, un leve movimiento de una cortina, imperceptibles para todos pero no para mí. Pero ahora, hace ya demasiado que no te siento, que no te percibo, que no te noto, aquí o allá. Todos decían que era mi fantasía la que me hacía imaginar que aún estabas conmigo pero, y si fue mi imaginación, hoy ya se ha ido. Te he buscado, te he añorado, te he encontrado en los más mínimos gestos, y también te he contado todo esto y muchas más cosas, pero hoy llega el día de decirte adiós, de enterrar mis anhelos así como hace años enterré tu cuerpo. Con lágrimas, con dolor, con amor, hasta siempre.
Amor
Publicado el 13 de febrero de 2009
Las palmeras se chocaban unas con otras, en un baile triste de tramontana. La noche se apresuraba, y aquella mañana lenta se les echó encima. ¿Quién eres?
San Cucufato
Publicado el 4 de febrero de 2009
«San Cucufato, San Cucufato, los cojones te ato, si no encuentras mi pendiente, no te los desato». Y el pobre San Cucufato se habrá quedado ya más de doce años con los cataplines anudados en un trapo de cocina. Y el pendiente que perdí nunca apareció: uno de esos objetos al que le impones el alma de quien te los dio y, sobre todo, si procede de alguien que ya no está entre los vivos. Menos mal que siempre me quedó la pareja de ese pendiente que un día inconsciente perdí por esa manía imperturbable de tenerle alergia a los metales. Y anoche, vino alguien del más allá para recordarme que aunque perdiera aquel objeto siempre se acuerda de mí y que allí, en el infinito, se cruza a menudo con San Cucufato y se lo encuentra con los testículos retorcidos por unos y por otros. Así que, aunque aquel trapo de cocina desapareció de mi vida en el traslado siguiente, he simulado otro nudo en un pañuelo y he rezado «San Cucufato, San Cucufato, aunque no encontraras mi pendiente, los cojones te desato». ¿Quién sabe? A lo mejor ahora, sin tanta presión, me encuentra las cosas perdidas el nuevo San Cucufato.
Esperanza
Publicado el 24 de enero de 2009
No hace mucho encontré en el camino un árbol fantástico que me hablaba de soledad, de tristeza, de anhelos… A mi paso cansado de hoy se ha añadido una línea amarilla, infinita, pintada en el suelo. La raya se llama armonía y me pide enérgica que la siga, que esquive esa tela de araña que tengo adherida al cuerpo y que me obliga a aferrarme a las cosas. No sé dónde me dirige esa marca que me cuenta de esperanzas diferentes, de nuevos caminos, de futuros quehaceres, de otras alegrías… Tampoco sé cómo seguirla, ni cuándo debería abandonarla. Pero ese color amarillo es muy persuasivo y las redes pegajosas que me acompañan han aterido casi, casi hasta mi alma.
Nunca es tarde…
Publicado el 16 de enero de 2009
Carmen, con su pelo teñido de rubio, la mirada desobediente, sus más de setenta años y esa dicción atropellada que le acompaña desde siempre, se sienta tímida en su pupitre. Ya hace tres años que va a la escuela de adultos y está aprendiendo lo que nunca pudo ni siquiera saber que existía: letras, palabras, números, libros, cuadros, canciones. Ante ella, y a estas alturas, como ella dice, se abre un mundo nuevo, oculto hasta ahora detrás de los hijos, los abortos, las fregonas, las palizas, las estrecheces, los sinsabores. Hoy toca Taller de lectura en voz alta. La profesora le ofrece un texto sobre una mujer que, como ella, no pasará a la historia pero que, también como ella, ha luchado por sobrevivir en un mundo hecho para hombres. Carmen empieza nerviosa, le tiembla el papel, se le escurren las gafas, algunas se ríen, pero poco a poco se siente identificada con su protagonista y sin darse cuenta lee el texto entero, de un tirón. Ya no se queja de que la letra sea pequeña, tampoco se da cuenta de que dos páginas son demasiado para ella, tampoco ve ya que todos la estamos mirando, ni siquiera se percata de que casi no se atasca en ninguna palabra. Y al final, aunque incrédula, sí se da cuenta de que todos le aplaudimos, a ella, por leer en voz alta, sí, sí, a ella, a Carmen, la tartamuda.
Ese nudo de sentimientos en la garganta que te impide hablar cuando deberías hacerlo
Publicado el 10 de enero de 2009
La niña tenía doce años, casi trece. Últimamente nadie la entendía. Tal vez ni ella misma. Hacía tres meses que su madre se había ido a estudiar fuera. Llamaba dos veces cada semana, miércoles y domingo, y venía dos fines de semana alternos al mes. Todo controlado, contado, medido; menos las emociones. La tarde en que la niña dejó de serlo era un domingo aburrido, y sonó el teléfono. Con las primeras notas del aparato todos saltaron de emoción. Era la mamá. Lo cogió el papá en la cocina y mientras él hablaba los tres hermanos hacían cola para hablar por turnos. A la niña se le agolparon en la garganta todas las palabras que quería decir. Emocionada se fue al baño para que sus hermanos no la vieran llorar sin motivo. Quería contarle lo de su frustración por el nueve en sociales, porque ella se merecía un diez pero decía el profesor que el diez no existe; lo de ese chico, que ella sabía, y que al fin le había invitado a su cumpleaños; lo de don Oriente, que la había dejado en ridículo delante de toda la clase cuando dijo que ese lunar que tiene en la espalda es muy seductor, y qué le importarán a ese tío mis pecas. Pero todos esos sonidos fluían solo en su cerebro y se quedaban atascados en un nudo emocionado en la faringe. Su padre llamó a la puerta: “tus hermanos ya han hablado con la mamá, ¿quieres decirle tú algo?”. Y mirando su imagen desolada en el espejo del baño y tratando de controlar los sollozos, se imaginó al teléfono de la cocina, descubriendo ante su madre cuánto la echaba de menos. No pudo más que decirle: “dile que estoy en el baño, y que ya hablaremos el miércoles”. En aquel momento la niña no se dio cuenta de que fue la primera vez que ocultó sus sentimientos por no hacer daño a alguien querido, provocando, sin quererlo, más dolor que el que quería evitar, mala costumbre, que aún hoy lucha por abandonar.
La bestia
Publicado el 5 de enero de 2009
La mujer espera al marido. Son ya las doce y media. Desea verle, tocarle, olerle, sentirle. Y que la toque, que la huela, que la goce. Pero no llega. Se acuesta desnuda para que la encuentre más pronto cuando regrese. Querría tocarse ella sola. Pero luego se siente infiel y sin ganas de que él la penetre. No. Hoy le esperará. Desea que sea él quien le dé placer. Y no llega. Es tarde. La mujer se duerme. Aunque no quiere dormir sin él. La despierta de golpe un cuerpo caliente y pesado sobre el suyo. No abre los ojos, para sentir el placer de hacerlo dormida. Y nota su cuerpo violento, tierno y salvaje que la envuelve entera. Sus manos son garras delicadas que se clavan placenteras en su piel. Y su boca, como fauces de bestia, lame todo su cuerpo sin lastimar. La mujer se deshace, asida a la melena del animal. Abre los ojos, agitada, sudada, extasiada. Gira sobre sí misma todavía jadeando y encuentra la nuca dormida de su marido. Reconoce su pelo moreno, recortado y aún engominado. Solo ha sido un sueño. La decepción quiere borrar el placer cuando descubre en su muñeca las marcas de unas uñas. Se reconforta. Recupera su goce solo para dejar paso al terror. En su mano todavía asoma el mechón de la cabellera rojiza de la bestia.