Sara Petrovska, bailarina de ballet clásico

Publicado el 8 de marzo de 2015

Estos paisajes no me acaban de convencer. Demasiado rojo, o quizá verde en exceso, poco azul, muy luminoso aquí, muy oscuro allá, excesivamente monótono… No sé. ¿Cuándo dejó de entusiasmarme? ¿Por qué me pasé a los paisajes? Tal vez debería volver al retrato, pero no. Lo dejé. ¿Por qué lo dejé? Lo sé bien. El último retrato que hice fue el de Sara Petrovska, bailarina de ballet clásico. En aquella época hacía retratos. Pintaba niños, bebés, recién casados, mascotas, deportistas… Yo me había casado hacía tres años y mi hija Carola tenía entonces dos añitos. Correteaba entre las pinturas mientras yo disfrutaba retratando almas. Me encantaba mirar a los ojos, buscar su esencia en ellos y entonces el dibujo salía solo, después el color, finalmente la textura. Hasta que Sara Petrovska apareció en mi estudio. Nada más verla entrar su belleza me cautivó, era un rostro que no podías dejar de mirar. Y sin embargo mi primer instinto fue de rechazo. «Que me encargue el retrato de otra persona, que no sea para ella…». No era la primera vez que eso me pasaba. Antes ya me había ocurrido con otros clientes a los que les encontraba unos rasgos difíciles de retratar, desagradables o tan perfectos que eran imposibles de igualar. Cuando vi a Petrovska entrar fue lo primero que pensé, demasiado hermosa. Y tardé semanas en llamarla, excusándome en que tenía muchos pedidos. Finalmente, me vi obligada a hacer aquel trabajo contra mi voluntad. En cuanto miré en sus ojos para buscar su fondo encontré lo que había estado tanto tiempo evitando. Sara Petrovska llevaba dentro el rencor, los celos, la maldad… Una cara perfecta, un cuerpo escultural envueltos en una melena rubia de puro odio. Acabé aquel encargo sin detenerme, sin implicarme. En dos semanas terminé el retrato de una mujer muy bella pero sin alma. Aparentemente quedó bien. La tarde que aquella mujer salió definitivamente de mi estudio mi vida se acabó para siempre. Mi niñita se apagó. De repente, sin explicación. La puerta acristalada se cerró y mi Carola se derrumbó; sin más. Sara Petrovska, con el retrato en las manos, se marchó sin siquiera girar la cara ante el revuelo. Y desde entonces yo ya no me atrevo a mirar a nadie a los ojos, por temor a ver demasiado. Y por eso continúo pintando paisajes.

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