Sigue sonriendo, Alonso

Publicado el 1 de junio de 2018

Hace veinticinco años que Alonso es viudo. Veinticinco años que está enfadado con su Adela por haberle dejado solo tan pronto; por no haberle insistido cuando eran jóvenes para que él aprendiera a hacer las cosas de casa, por haber sido tan perfecta que nadie ahora le llega a la altura de los talones, pero sobre todo, está enfadado con ella y consigo mismo, por haber malcriado tanto a sus tres hijas. Está convencido de que es por la educación de su madre, en la que él delegó, por la que sus hijas están siempre necesitándolo para que les cuide a los niños, para que les deje la llave a sus asistentas, para que él ayude al mayor con las matemáticas y lleve al parque a los pequeños. Aún les tiene que hacer a las tres la comida, y a dos de sus yernos, porque el tercero está en Alemania trabajando que si no también, para que tengan dónde comer al salir del trabajo, y él tiene que recoger la casa y luego ir a por dos de los nietos a la guardería, y a por los otros tres al colegio. El del instituto ya vuelve solo pero hay que hacer con él las ecuaciones de segundo grado porque ha suspendido el segundo trimestre. Alonso no solo está cansado de tanto viaje, y menos mal que sus hijas se han puesto de acuerdo en elegir colegio cerca de su casa, sino que está triste. Triste porque sus hijas no se den cuenta de que él necesita un respiro, por que sean incapaces de hacer sus propias tareas por ellas mismas, por que nadie, ni su Adela ni él, hubiera sabido enseñarles a pensar en los demás.
Ahora, hace veinticinco años que es viudo, tiene ya 72 y está triste y cansado, pero sigue recogiendo a dos nietos de la guardería y a tres nietos del colegio y sigue jugando con ellos en el parque y riendo con los cinco como si fuera uno más. Ese parque donde no hace mucho ha encontrado a otra abuela a tiempo completo que se llama Ana, a quien algunos chavales de la edad de su nieto mayor llaman doña Ana. Esta tarde, Alonso le ha preguntado por curiosidad por qué es doña, y Ana le ha contestado que porque fue profesora de aritmética en el instituto de su nieto mayor, y Alonso ha sonreído. Ha sonreído porque le gusta Ana y le gusta que sea doña. También ha sonreído porque Adela, cuando estaba enferma, siempre le decía que siguiera sonriendo, que era el recuerdo de él que quería llevarse, porque fue con su sonrisa como le conquistó. Y Alonso sonríe pensando en Adela, pero también pensando en Ana, y lo bien que le vendría ahora una profesora jubilada de aritmética.

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