Una noche nevada

Publicado el 13 de diciembre de 2017

Tres de la madrugada y atascados en la nieve. Intenta pasar la máquina pero no hay forma. Coches y coches se amontonan delante de ella y no le dejan pasar a retirar la capa blanca que ya cubre hasta las rodillas. Le han vuelto a dejar tirada los de la grúa, y sus compañeros que van por Siete Aguas y que hacen su camino inverso hasta Buñol tampoco han llegado. Si nadie retira los coches no podrán hacer nada. Ella es Carlota, ama de casa 363 días al año, conductora de máquina quitanieves un par de días en cada invierno, y a veces ni eso. Los compañeros sí que tienen otros trabajos de maquinaria pero ella solo lleva la quitanieves; se sacó el permiso en Francia, hace más de veinte años, y no es que le dé para vivir de eso, pero le gusta hacerlo cuando es preciso. A veces la llaman de Castellón o de Tarragona y trabaja algún día más pero si, como hoy, no retiran los coches que hay delante de su máquina, poco puede hacer. Un chaval le propone alguna idea. Se le ve agobiado por salir del atasco. Se llama Anto y ya ha dicho tres o cuatro veces que entra a trabajar a las tres y media en el matadero y que su jefe no va a entender que no esté a la hora. Carlota le hace entender que al matadero no puede acceder nadie hoy, ni siquiera su jefe, pero sigue obsesionado con el sistema de fichaje remoto que el jefe recibe en su casa. Carlota se desespera. ¿Cómo hay gente tan inútil? Hay nieve, no se puede llegar, y punto final. La chica de la raya corrida es peor. Dice que acaba de salir de trabajar en el pub y que necesita dormir y Carlota lo que cree es que lo que necesita es un abrigo; no se puede ir por la nieve con minifalda y chalequito. Menos mal que Carlota en la máquina lleva un termo de café porque ella sí que se esperaba todo esto. No tiene para todo el mundo, así que Carlota, Anto y la chica del pub se reparten una taza para los tres. Ya está amaneciendo cuando empiezan a ver a los compañeros que vienen desde Siete Aguas. Por fin podrán moverse, la pobre niña del pub entrará en calor en alguna cama confortable, con suerte, en casa de sus padres, y el pobre peón del matadero podrá suplicarle al jefe un día más de trabajo.

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