Viernes, 13 de noviembre de 2015

Publicado el 14 de noviembre de 2015

Es viernes y es trece, y de repente todo está oscuro, en silencio. Un calor húmedo penetra por debajo de la ropa de Lucien. Suave y líquido, y entonces nota el terror. No puede moverse y le invade un profundo olor a hierro que le transporta a su hogar, al tacto frío de la barandilla de la abuela. Puede escucharla cacharreando, oye de forma nítida cómo bate enérgica los huevos, da fuelle a la chimenea y aclara los platos bajo el fuerte chorro del grifo. Esos sonidos se le hacen cada vez más cercanos hasta que se da cuenta de que el fuego que oye está junto a él. Le entra pánico. Un miedo pegajoso que le recorre la garganta. Sabe que está cerca de la muerte porque su infancia se le hace presente. Esta vez con sabor a chocolate, a avellana, a Navidad. Y su abuela se hace un hueco en medio de esa escena dantesca. Va con su gorro de invierno, su camisón blanco y su sonrisa dulce que le coge de la mano, con aquella mano fuerte que siempre tuvo. Es viernes, y es trece, y aunque hace generaciones que no somos supersticiosos, la abuela de Lucien estaba preparada para ir esta noche a por él.

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