12 de junio

Publicado el 8 de agosto de 2012

Cuando naces el mismo día que otra persona, se establece una conexión entre los dos que no se puede romper incluso si cada uno está en dimensiones diferentes. Eso me pasa a mí con mi yayo Enrique, el padre de mi padre, con el que tuve el placer de compartir mis primeros doce años de vida. Y ese hilo, invisible para los demás, fue para mí evidente desde que tengo memoria, y de él me aprovechaba con el desparpajo propio de la infancia.
Él me perdonaba que me acabara su melón, que cantara en mitad del informativo de Aitana, o que me decidiera a probar la comida de la perra.
Incluso, cuando todos me auguraban el fin de mi preferencia, hizo oídos sordos cuando aseguré convencida que «el valenciano y el catalán son la misma lengua». Pero no fui la única que disfrutó de él. Tuvo siete nietos a los que llevó al cine de verano, a jugar a la montaña de Portaceli, o a la piscina del tío Ricardo. Y cuando más disfrutábamos era cuando nos llevaba por el casco antiguo de Valencia y en todos los hornos en los que entrábamos le conocían, le agasajaban y a nosotros nos invitaban a que cogiéramos gratis el pastel que quisiéramos. Eso era un yayo. Hace muchos años que ya no está pero no por eso se ha roto nuestro vínculo, porque cada 12 de junio volvemos a acordarnos de él.

3 comentarios

Y como penitencia por por sacar los pies del plato y aprovecharte del favoritismo, ahora el melón te produce alergia…

por El fardachero el agosto 9, 2012 a las 7:23 am. Responder #

Todos recordamos al yayo Enrique, yo por cosas tan importantes como por su colección de buenos libros y buena música.

por Carmela el agosto 9, 2012 a las 2:11 pm. Responder #

Pensaba que serían una reflexiones más generales respecto a ti.
Me ha sorprendido y me ha recordado cosas.
Yo también comparto algunos problemas con el melón y la afición a la música y a otras muchas cosas aprendidas de él.

por Ana María el agosto 10, 2012 a las 11:37 am. Responder #

Deja un comentario

Requerido.

Requerido. No será publicado.