En el recreo

Publicado el 21 de octubre de 2019

Diez y veinticinco de la mañana; los otros niños y niñas estarán recogiendo sus bártulos para ir al recreo. Pero ella no. Ella tiene diez años, en un cuerpo delgado y ligero que su padre utiliza para colarla en los contenedores de basura y recoger a saber qué. Yo no puedo saberlo porque he visto a esa niña por casualidad, desde mi mundo occidental del siglo XXI donde he podido hacer la compra con el dinero que tengo en mi tarjeta, con la ropa que he comprado en un centro comercial y con la estabilidad de mi sociedad democrática. No soy quién para juzgar a un padre que saca a su hija del colegio para tal vez dar de comer a una familia, para ver qué encuentran hoy, para librarla de a saber qué peligros. No puedo juzgar a esa familia aunque me escandalice, aunque me dé pena, aunque son las diez y veinticinco de la mañana y esa niña no está en el recreo con sus compañeras.

Madre

Publicado el 5 de mayo de 2019

Un 4 de julio me convertí en madre. Otro 4 de julio lo corroboré. Un día cualquiera esa madre no se acostó bajando la fiebre y quince años después volvió a hacerlo hablando de amores. Una madre cualquiera que reniega casi todas las tardes, «Deja ya el móvil y ponte a estudiar». Esa madre que recibe un WhatsApp inesperado en medio de la calle, «Te quiero mucho, mami», y sonríe sola pareciendo una loca. Una madre que ha pasado ocho años con las dichosas Mates y que un buen día le dan un 8 en la prueba de acceso a la Universidad. Esa madre que vuelve a renegar por las mañanas, «Levántate ya, que llegas tarde», y le devuelven un beso de leche tras el desayuno. Una madre que a las dos de la mañana recibe otro WhatsApp, «Ven a por mí que no sé volver», y entre sueño y malhumor coge el coche y acaban volviendo las tres dobladas de la risa por su mala orientación y la mujer que habla en el google maps. Esa madre que todos los 4 de julio, entre familia, velas y tartas, recuerda su palabra favorita de todos los días: madre.

Hay que salir

Publicado el 21 de marzo de 2019

El destino se revela inalcanzable una vez más ante sus ojos de niña mimada que madura sin saberlo con desamores y despedidas. Esos brazos que se estiran en un largo relevé para recoger las estrellas del futuro y no acaban alcanzado más que la angustia de ver los astros amados alejarse cada vez más en un firmamento atiborrado de historias que teme vivir. Ciento cincuenta y dos pasos más que tendrá que enfrentar, ciento cincuenta y dos adioses, ciento cincuenta y dos tequieros, ciento cincuenta y dos caídas, ciento cincuenta y dos despertares solitarios amarrándose a ese futuro incierto y a un pasado cargado de algodones que apenas ya calientan porque se hace de día y hay que salir.

Controlando su don

Publicado el 11 de febrero de 2019

Las gafas de Charlie seguían en su mesilla de noche. Él no. Eran las 06:50 y la alarma del despertador ya había sonado tres veces. Sofía decidió que ya era su hora. La cama estaba fría. No había amanecido aún. Sofía temía su don. Estaba empezando a controlarlo pero algunas veces fallaba el control, y algo malo que sin querer había deseado ocurría. Las 07:50. Seguía sin amanecer. Ahora sí que era raro. Desterró aquellas ideas de la cabeza. Tenía que pensar en el caso que estaba llevando en la comisaría. La discusión con Charlie había sido dura, pero bueno, no era la primera vez. Lo superarían. Pero ¿por qué no amanecía? Ella estaba deseando que no llegara el día. No se podía quitar aquella discusión con Charlie. El tema de los cuernos nunca antes había aparecido. Deseó no desear nunca nada. Las gafas de Charlie seguían ahí. Él no.

Un adiós de todos los colores

Publicado el 19 de enero de 2019

La muerte llegó vestida de azul marino aquella mañana de tempestad. El atasco, los niños, el trabajo y la colada se desdibujaron justo cuando sonó el teléfono desde el hospital. «Ya está», dijeron. «Ya descansa», pensó. Se acurrucó en su manta del sofá, aquella manta amarilla que le había acompañado en este último largo invierno; ese amarillo fue borrando poco a poco el azul marino de la tempestad. A él le gustaban los colores fuertes, vivos. Ya se lo había dicho. «Nada de luto en esta casa». Le encantaba la belleza multicolor de un beso de buenosdías, de un desayuno afortunado, de una gominola verde escondida entre las sábanas. «Habrá que decírselo a los niños», pensó. Y mientras pensaba se despistó con el fuego. La quemadura en su piel le volvió a recordar a él. Escocía en rojo, su rojo entusiasmo. Volvió a evocar su sonrisa, la noche anterior, diciéndole adiós. Sonrisa luminosa, de todos los colores.

Excusas

Publicado el 15 de diciembre de 2018

El amanecer se me antojaba un muro al que había que trepar. Seguía exhausto por aquella noche de insomnio. Mi camiseta había acabado en el suelo, junto con mi almohada y el resto del pijama. Parecía que había estado trotando toda la noche sobre toros salvajes. La canasta de la ropa sucia iba a quedar esa mañana desbordada, si no me ponía pronto con la colada y las otras tareas. Me sentía un comemierda sin fuerzas ni para afrontar un nuevo día. Y todo por un cabrón que no quería saber nada más de mí, y ponía la excusa de que ronco. ¡Que se vaya a cagar a la vía! Pero con todo y eso seguía teniendo sueño. Y el amanecer ya había terminado y era completamente de día. Un día que había esperado de color de rosa y se había convertido en gris-azulado con mechas de aquel odio que había expulsado por su boca, como si hubiera amasado en su cerebro aquellas palabras que más daño pudieran hacerme. Y yo, ¡que te calles, coño! Que no quiero oír nada más de todo eso. Que si ronco y no soy el hombre perfecto pues adiós muy buenas. ¡Y así me sentía como una patata, pero sin fécula, que debe de ser peor! Pero si reflexionaba no era tan malo que me hubiera dejado. Más bien era perfecto. Es verdad, estaba enfadado por las formas, por las excusas baratas, por los insultos, que yo creo que sobraban, pero en el fondo estar libre otra vez debía de ser estupendo. Y aunque no me salía natural lo de estar estupendo tendría que empezar a hacer teatro. ¿De verdad me había amado como decía? Pero ya estaba bien de torturarme. Debía extraer de mi mente todas aquellas ideas de un pasado feliz en el que yo me sentía una mariposa adorable de los cuentos. Y entonces sí, la lavadora.

Flotaba

Publicado el 16 de noviembre de 2018

Por fin teníamos profesora de Anatomía. La Conselleria había tardado tres meses en mandar al sustituto y ya estábamos todos temiendo que tendríamos que ir al selectivo estudiando por nuestra cuenta. Pero por fin había profesora y además parecía simpática y no demasiado dura. Era joven; según contó en aquella primera clase tenía dos hijos pequeños y parecía que con ella el curso iba a fluir. Todo empezó con un ligero dolor de cabeza. La profesora ofreció un ibuprofeno a uno de mis compañeros y pronto levantaron la mano otros dos más diciendo que también les dolía la cabeza. La profesora se echó las manos a la sien y decidió abrir las ventanas por si el ambiente estuviera cargado dentro del aula. Entonces yo también empecé a notarlo. Algunos se levantaron para salir a respirar aire puro y yo decidí levantarme también. Antes de llegar a la puerta alguien cayó desmayado delante de mí. La profesora decía algo sobre la salida. Mi cuerpo empezó a no responder y mis rodillas se doblaron. El suelo estaba frío. Podía escuchar a mis compañeros en su miedo. No sentía mi cuerpo. No había gravedad. Ya no me hacía pis. Ya no tenía hambre. Ya no notaba el sueño de la primera hora. Flotaba. Solo me preocupaba una cosa. ¡Pobres de mis padres cuando se enteren! ¡Lo peor es que nunca sabrán que he muerto feliz!

No me dijeron que el amor duele

Publicado el 25 de octubre de 2018

Nadie me dijo que el amor tenía que doler. Nadie me explicó que esa mirada esquiva me iba a magullar la piel. Nunca me imaginé que los mensajes no contestados a tiempo iban a ser una agonía infinita en forma de tortura en el patíbulo. No creí que el retraso en nuestra cita podría suponer cinco minutos sin apenas respirar, tras los que hasta el cerebro se desmaya de miedo. Nadie supo advertirme de que una despedida poco atenta iba a tenerme toda la noche anegada en lágrimas que ahogaran mi raciocinio. Nadie me convenció de que amar fuera un sufrimiento del que no ibas a salir con vida.

Proyecto cancelado

Publicado el 3 de octubre de 2018

María Esperanza cierra con llave el laboratorio por última vez. Mañana pondrán el cartel de ‘proyecto cancelado’ y tendrán que buscar otra subvención, otro organismo, otra fundación, quizá en América, quizá en otras partes de Europa, o tal vez en Asia. Tres años invertidos en el aislamiento de células autoinmunes que podrían haber servido para paliar los efectos de enfermedades degenerativas graves. Tres años tirados a la basura porque aunque lo puedan retomar cuando haya fondos, como le han asegurado, otros laboratorios les habrán adelantado y habrán publicado ya sus avances. Unos avances que comenzaron a la vez y ahora ellos se quedaban atrás. Tres años de investigación que María Esperanza comenzó diciendo sí a Valencia, y no a Massachusetts.

Fortaleza

Publicado el 9 de septiembre de 2018

El general entró en su despacho. Las seis y diez de la mañana, el uniforme impecable, los niños con la nodriza, la victoria a solo un par de batallas, las condecoraciones en la pared y en su pecho. Nada podía salir mal. Cerró la puerta tras de sí. Era el mejor momento de su carrera. Se sentó en su escritorio. La sonrisa de la foto de Elisa con los niños le partió el momento. Y rompió a llorar.