La semana de tardes
Publicado el 7 de febrero de 2018
«Navidad, Navidad, dulce Navidad…» suena el 25 de noviembre en el departamento de deportes de El Corte Inglés. Esta semana Santi va de tardes y no puede ver al crío despierto ningún día. Siempre le pasa cada dos semanas y lo nota. Vende menos, está más antipático con los compañeros, Laura se muestra cansada cuando él llega… Pero bueno, hoy ya es miércoles. Queda poco. Y la semana que viene, de mañanas. Podrá recoger a Hugo de la guardería, pasar a por Laura en coche, hacer la cena, aunque eso sí, se acostará en el horario del peque porque se levanta a las seis de la mañana. Pero sigue siendo miércoles de la semana de tardes y sus compañeros le estomagan. A las cuatro de la tarde apenas hay clientes en su sección. Empiezan a aparecer a las siete, cuando él ya está pensando en Laura y Hugo a punto de cenar. Pero a las cuatro de la tarde sus compañeros están ociosos. Se cuentan sus chistes machistas que a Santi le repatean el hígado, aunque los oiga en la semana de mañanas:
«—¿Y a ti qué te gusta más: el sexo o la Navidad?
—Hombre, la Navidad es más a menudo».
No puede con sus risas, no puede con esos machitos que se ríen de un tipo de hombre que Santi no soporta, y menos en la semana de tardes. Y es verdad que en la semana de tardes Laura está cansada cuando él llega, y en la semana de mañanas él se acuesta a las ocho porque madruga, y tal vez en su caso también la Navidad sea más a menudo que el sexo pero Santi está deseando que llegue la semana de mañanas para pasar más tiempo con Laura y Hugo, aunque llega Navidad y ya no hay semanas de tardes ni de mañanas porque ya no sabes las horas que haces en El Corte Inglés y tienes comidas y cenas de empresa que te separan de los tuyos y te acercan a esos compañeros que no soportas y que siguen haciendo chistes que no aguantas mientras llegan las siete y vienen más clientes:
«—Que levante la mano quien guarda un pantalón que no le entra porque jura que se va a poner a dieta y le va a entrar…».
Y aunque ese chiste sigue sin hacerle ninguna gracia a Santi, esta vez sí sonríe, porque se acuerda de Laura, que desde el embarazo está poniéndose a régimen todos los lunes, y todos los martes se saltan la dieta juntos, aunque sea la semana de tardes.
Conferenciante
Publicado el 2 de febrero de 2018
—Por ahí no es caballero. Las acreditaciones se distribuyen en el pabellón cinco.
—¿Y cómo coño voy al pabellón cinco? Vengo del seis y ya he pasado tres veces por aquí…
—Tiene que coger el ascensor de la segunda planta, por las escaleras de la izquierda y subir al ático. De ahí puede acceder directamente al pabellón cinco y en el entresuelo encontrará la recepción con la entrega de acreditaciones.
—¡¿Qué?! Doy una conferencia en diez minutos. No me da tiempo de hacer todo eso.
—¿Es usted el conferenciante?
—Sí, Sancho Alapont, de Ingenieros sin Fronteras.
—Están buscándole desde hace tiempo.
—Sí. He estado perdido entre ascensores y pabellones…
—Venga por aquí. Yo le acompañaré al salón de conferencias.
—¿Y no necesito pasar por el pabellón cinco a por la acreditación?
—No. Tratándose de un conferenciante no es necesario, caballero.
—Pues, ¿sabes qué te digo? Que quiero mi acreditación. No he estado toda la mañana de aquí para allá para ahora entrar sin más…
—¿Y su conferencia, caballero?
—A la puta mierda mi conferencia. Me voy al ascensor dos, de la izquierda, para entrar por el entresuelo a no se sabe dónde. ¡Buenos días!
Sala de pediatría
Publicado el 23 de enero de 2018
La sala de pediatría está abarrotada. Las enfermeras no dan abasto con toda esa gente entrando y saliendo. Niños llorando, padres histéricos, termómetros, vómitos, inyecciones, inhaladores… Sara no puede más. Es su segunda semana en urgencias de pediatría y todavía le quedan seis horas de guardia. Su primer contrato justo en repunte de gripe. Niños atendidos en los pasillos, camillas en triaje, los pediatras sin aparecer, los auxiliares de aquí para allá sin parar y ella diagnosticando. Toda la carrera estudiando que los enfermeros no diagnostican y en sus primeras dos semanas no ha dejado de hacerlo. Bueno, para decir que es gripe tampoco hace falta el MIR.
Una noche nevada
Publicado el 13 de diciembre de 2017
Tres de la madrugada y atascados en la nieve. Intenta pasar la máquina pero no hay forma. Coches y coches se amontonan delante de ella y no le dejan pasar a retirar la capa blanca que ya cubre hasta las rodillas. Le han vuelto a dejar tirada los de la grúa, y sus compañeros que van por Siete Aguas y que hacen su camino inverso hasta Buñol tampoco han llegado. Si nadie retira los coches no podrán hacer nada. Ella es Carlota, ama de casa 363 días al año, conductora de máquina quitanieves un par de días en cada invierno, y a veces ni eso. Los compañeros sí que tienen otros trabajos de maquinaria pero ella solo lleva la quitanieves; se sacó el permiso en Francia, hace más de veinte años, y no es que le dé para vivir de eso, pero le gusta hacerlo cuando es preciso. A veces la llaman de Castellón o de Tarragona y trabaja algún día más pero si, como hoy, no retiran los coches que hay delante de su máquina, poco puede hacer. Un chaval le propone alguna idea. Se le ve agobiado por salir del atasco. Se llama Anto y ya ha dicho tres o cuatro veces que entra a trabajar a las tres y media en el matadero y que su jefe no va a entender que no esté a la hora. Carlota le hace entender que al matadero no puede acceder nadie hoy, ni siquiera su jefe, pero sigue obsesionado con el sistema de fichaje remoto que el jefe recibe en su casa. Carlota se desespera. ¿Cómo hay gente tan inútil? Hay nieve, no se puede llegar, y punto final. La chica de la raya corrida es peor. Dice que acaba de salir de trabajar en el pub y que necesita dormir y Carlota lo que cree es que lo que necesita es un abrigo; no se puede ir por la nieve con minifalda y chalequito. Menos mal que Carlota en la máquina lleva un termo de café porque ella sí que se esperaba todo esto. No tiene para todo el mundo, así que Carlota, Anto y la chica del pub se reparten una taza para los tres. Ya está amaneciendo cuando empiezan a ver a los compañeros que vienen desde Siete Aguas. Por fin podrán moverse, la pobre niña del pub entrará en calor en alguna cama confortable, con suerte, en casa de sus padres, y el pobre peón del matadero podrá suplicarle al jefe un día más de trabajo.
Cuarto vagón
Publicado el 1 de noviembre de 2017
03:08 y el tren se detiene bruscamente. En el cuarto vagón se encienden las luces de emergencia. Tres pasajeros salen al pasillo. Una joven en camisón y un matrimonio de unos sesenta años. El hombre estira del brazo de su mujer para que salga más rápido del compartimento. Las luces se encienden y se apagan. En el segundo vagón se escucha una explosión. Los gritos de la joven del camisón no esconden el sonido de la siguiente detonación. Es en el tercer vagón. Un niño viene corriendo desde ese lado con la mano sobre su cabeza ensangrentada. No llora. Se apaga la luz. Se oyen cristales rotos. Gente saltando al vacío. Tercera explosión. Cuarto vagón.
Dos paradas más
Publicado el 23 de octubre de 2017
El metro ya no le lleva hoy a casa. Ayer cogió las maletas que Sara le ofrecía y ha dormido con sus padres. Hoy es el primer día que sale del taller y coge el metro de siempre pero no ha de bajar en su parada sino en dos más tarde. El metro hoy huele a pis, a sudor, a mugre. Ha dejado de oler al reencuentro con Abel y el perro que siempre se acercaban a por él a su estación. Y hoy, sin querer, la fuerza de la rutina le ha llevado a su parada donde ni Abel ni el perro le estaban esperando. Ha tenido que volver a esperar el siguiente metro, en una estación que ya no es la suya donde los carteles ya no le sonríen para que vaya al dentista sino que le recuerdan que él ya no tiene familia. Su metro de siempre, que ya no reconoce porque él ya no es él. Ya no es el padre de Abel que vive con Sara sino el padre de Abel al que recogerá en esa misma parada una vez cada quince días. Llega su metro y vuelve a subir, solo dos paradas, dos paradas más que le alejan de su hogar, dos paradas más donde Abel y el perro ya no le esperan.
El restaurante chino
Publicado el 10 de octubre de 2017
La china tuerta salió de su restaurante hacia las cinco, justo cuando yo aparcaba mi moto. Era china y era tuerta. Ahora ya no hay china, ni tuerta, ni restaurante, ni su hijo Jon-Lu. Yo iba todas las tardes a tomar pan de gambas y una coca-cola con ellos. También con el padre y su hermana Jong-Fang. Mientras creyeron que quien me gustaba era Jong-Fang todo fue bien. Pero un día la china tuerta, que nunca supe cómo se llamaba, nos encontró a Jon-Lu y a mí detrás del mostrador. Me encantaban aquellos ojos rasgados, esa piel fina y blanca en su cara redonda como nuestro pan de gambas… Una semana nos dejó tontear y aquel día cuando salió del restaurante mientras yo aparcaba mi moto lo dejó todo claro. Entendí que no debía buscarles, aunque vuelvo a este local, ahora cerrado, todas las tardes a nuestra hora. Vuelvo por si hay alguien a quien la china tuerta no le dé tanto miedo como a mí. Ojalá Jon-Lu.
Esa espiral de silencio
Publicado el 3 de octubre de 2017
Una espiral de silencio que se enreda en sí misma para no dejarte decir lo que deberías haber pronunciado hace tiempo ya. Un tiempo acuoso, de lluvias, de lágrimas, de ahogos. Todo por no acabar explotando, por no decir, por no gritar. Una rueda de rutina, un pez que se muerde la cola, por no saber tirar el guante, apostar a ganar, retarte por fin. Aquí, sin salir de esta desnudez de palabras, de esa falsa noche en la que estamos. Y no es cierto que estemos bien. No es cierto que sea mejor callar y que el silencio envuelva hipócrita el sonido de nuestros días. No es cierto que este trapecio de confort en el que nos encontramos nos hace felices. No. A mí me avergüenza que no me conozcas. Que no sepas qué quiero. Que no te hayas parado a pensar que me muero por la nostalgia de lo que imaginé y nunca fue. De esa nube de esperanza que no era más que serrín. Un escalofrío de vacíos y miedos me recorre el alma, y yo me coloco como un casco que me proteja de ti, de tus desplantes, de tus falsos tequieros, de tu frágil humildad, de esos momentos cotidianos a los que nos agarramos cada uno desde un lado de la cuerda, probándonos hasta cuándo resistimos. Y esa espiral de silencio que ya es ovoide te ha vuelto cegato, pero a mí no.
Ciudad desierta
Publicado el 25 de septiembre de 2017
Anselmo quiere salir de su cuarto y no lo consigue, aun intentándolo.
Concha detiene a sus hijos en la puerta.
Serafín ha cerrado la farmacia antes de tiempo.
Arturo asegura el candado de las ventanas.
Segismundo niega el permiso a sus alumnos para comenzar el recreo.
Azucena impide que los ancianos tomen el sol.
Rebeca contempla la ciudad desierta desde su ventana.
Anselmo tiene miedo.
Concha consuela el llanto de sus hijos.
Serafín se encierra en la farmacia.
Arturo se refugia.
Segismundo reniega.
Azucena también.
Rebeca tiembla.
Otoño
Publicado el 11 de septiembre de 2017
El otoño se echa encima como un vendaval que arranca veranos de cuajo. Mi ventana vibra acompasada con el ritmo incesante de ese granizo que golpea irregular también aquí dentro. Mis geranios van sembrando el jardín de pétalos rotos, marchitos, morados amoratando el camino que llega hasta mí.