El próximo 1 de junio
Publicado el 14 de julio de 2022
Marina llegó a la playa el 1 de junio, como todos los veranos. Aún le quedaban exámenes on-line pero su abuela siempre la esperaba para el 1 de junio, cuando el ritual a San Justino para bendecir los barcos de la flota. El abuelo todavía salía con la pesquera por aquel entonces. Pero Marina tenía otros motivos para aparecer todos los 1 de junio para la fiesta de San Justino: Simón. Él vivía en el pueblo todo el año. Hacía tres veranos que acudía a la pesquera con su abuelo y otros veteranos. Pero Simón era inalcanzable para Marina. Cinco años mayor que ella. Ojos azul cielo, flequillo rubio rebelde, sonrisa traviesa, cuerpo trabajado ante las redes, bronceado más que natural. Marina se conformaba con observarlo de lejos. Ponerse colorada cuando se acercaba, temblar toda si se rozaban, casi desmayarse si conseguía una sonrisa. La noche de San Juan él le habló por primera vez. «Aparta, no te haga daño», le dijo cuando él iba a saltar la hoguera. Para Marina fue casi una declaración de amor. Pero necesitaba una prenda para no olvidar nunca esa noche. Aprovechó la oscuridad, la confusión, la embriaguez, la coartada, para guardarse en el bolso playero una de sus sandalias. Solo una. Como símbolo de la otra mitad que a él le faltaría sin ella. El 16 de julio, cuando la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores, todos fueron a la ofrenda. Él volvió a hablarle: «Marina, dile a tu abuelo que le hago su turno del anda a la Virgen». Ella se atrevió a contestarle: «¿Tú no haces el primer turno?». Enseguida se sintió una acosadora. ¿A ella qué le imporgaba el turno que él hiciera? «Sí —contestó—, y tu abuelo el segundo. Dile que doblo los turnos. Ya no está para esos trotes». Ella alargó la conversación: «Gracias, Simón, se lo diré». Tres aspectos de ese diálogo se le clavaron a Marina como tres anzuelos. Primero: que supiera su nombre; segundo: que doblara el turno para evitárselo a su abuelo; tercero: que se dirigiera a ella para decírselo. En agosto la playa se llenó de desconocidos y ya no hablaron más. El 1 de septiembre inevitablemente llegaría y no volvería a verlo hasta el siguiente 1 de junio. Entonces, en un acto de valentía o desesperación, se atrevió a hacerlo. Colocó la sandalia robada en una botella que lanzó al mar junto a una simple nota en la que decía: «Marina». Él ya sabría dónde encontrarla el próximo 1 de junio.
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